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na 150 — na vez, si tendrá en ellos alguna ó grande parte el métome en todo de mi amor propio. No lo quisie- ra, siento el que pueda ser, porque en mis obras to- das solo apetece el alma sean al gusto de Dios y utilidad de mis prójimos, y nada más. Por el amor á estos he deseado nuevamente y aun pedido el vivir hasta el día del juicio, para tra- bajar en beneficio suyo, sin otro estipendio que el de lograr su bien, y el de engrandecer á Dios: y también que me deje poner en la puerta del In- fierno para impedir á todos la entrada. Por el mis- mo fin quisiera me concediese el Señor el dón de obrar milagros, y esto es cosa que siempre me trae no sé como. Ate usted esto con mis obras. Qué inconsecuencia! Vamos á la Misión. Principió ésta la mañana del día de todos los Santos, con el sermón de me- moria del terremoto, presente el Ilmo. El no haber predicado jamás de esto, y el ver que nada se me ocurría, aunque lo buscaba, me tenía como usted puede pensar de mi ruín corazón. Llegó aquella mañana, dije la Misa por el Pueblo, mas sin asunto. Clamaba á Dios, representándole su obra y esfor- zándola con sus expresiones de usted, (Jué con- fusión! Póngome á pensar, dando unos paseos por el cuarto, y en el preciso tiempo de menos de una hora antes de irá la Iglesia se ocurrieron espe- cies que me admiraron y asombraron. Bendita tal bondad! Volví de la Iglesia, y estándome quitando el Santo Cristo, se me ocurrió en el pensamiento. ¿No me das las gracias? ¿Nolo he hecho bien? Púse- me de rodillas y dí brevemente al Señor las gra- cias. Estas ocurrencias no salen de la esfera de un natural recuerdo: nada oigo, ni entiendo sobrena-

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