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126 me el más feliz de los hombres, el más obligado á Dios y el más digno de sus desprecios y abandonos; aquí finalmente el desconsolarme al ver la peque- ñez del mundo, y como sentir no hubiese otros que conquistar y ganar para un Dios tan bueno y para mí tan liberal. Se deshacía y como que reventaba mi Corazón, porque llegase este día, pero gozosísi- mo en la misma dilación, y solo amargo por mis cul- pas que no me dejan proporcionarme para tanta obra. Padre de mi corazón, ¿es posible que mi Dios me tiene para un fin tan alto? ¿Seré yo tan dichoso, Padre de mi alma, que logre dar en tierra con el mundo, y hacer que triunfe el humilde Crucificado y su santa Cruz? ¿Llegarán días en que este móns- truo de maldad ame á su Dios, y consiga le ame todo el mundo? Que ha de restablecerse la fe, refor- marse el Cristianismo, recobrar su libertad y pri- vilegios la santa Iglesia, aminorarse las culpas, rei- nar el Evangelio, cerrarse las puertas del abismo y entrar los que ahora son enemigos de Dios á po- seer su gloria, después de haberle amado, y que non eri ejus populus, quí eum negaturus est? Todo esto, que con una sed insaciable lo desea mi corazón, ¿es verdad, Padre mío, que ha de verlo cumplido este su ruin, vilísimo y miserabilísimo hijo de usted? ¿Seré yo tan dichoso, que asílo vea cum- plido, y después dé mi vida y derrame mi sangre por mi Dios y por mis prójimos? Confieso á usted que en esto no son mis ideas ó pensamientos tan ruines y mecánicos como mis obras; tocan en una línea que yo no alcanzo. Ultimamente, cuando leí su caritativa y dulce expresión en que me dice, hijo de mi corazón, fray Diego mío! animándome á tan grande empresa, y

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