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— 125 el movimiento del interior, que, saliendo á los ojos me obligó á retirarme á la Iglesia y desoho- gar allí en la presencia del Señor los sentimientos más tiernos de reconocimiento, humillación, gOzO, rendimiento, etc. Seguí después el párrafo en que me hace ver loque á Dios debo en el Ministerio en que me ha puesto, y de lo que obra por este vilísimo instru- mento, siendo yo el que soy; y tenía que pararme á cada paso, porque sus cláusulas eran un fuego, que me abrasaba y derretia el alma toda, sin poder contener las contínuas lágrimas que sin faltarme la interior insensibilidad y dureza, me hacían derra- mar al leerlas. Si hubiera de decir á usted cuánto en su carta experimenté y experimento, lo cansa- ría demasiado, y al fin no le habría manifestado el todo. Usted me conoce mejor que yo mismo; y con la certeza que tengo, que nada de mi interior se le oculta, se templa no poco el afan de declararle aun sus menores movimientos ¿Qué diré á usted, Padre mío amadísimo, de lo que noté en mí, cuando leí la amorosísima re- convención que me hace por mi falta de fé, de amor, etc., debiendo con ello decir: Lcce ego mitte me y asegurándome quiere mi Dios y Señor valerse de esta su vilísima criatura para los altos fines de destruir los errores del presente siglo, y reriovar el espíritu del cristianismo, cosa que tanto ansia mi corazón? Aquí fué el no poder seguir, por sentirse el alma como en otra esfera distinta: aquí el tirar- me á tierra y gritar al Señor Sacramentado el «Ec- ceego» llorando por mucho tiempo á la fuerza de los varios y singulares efectos de generosidad, inflama- ción, agradecimiento, humillación etc. que me daban sus palabras de usted para que hiciese; aquí el juzgar-

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