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UN ALMA FEA EN UN CUERPO HERMOSO 81 saba con mágico embeleso á todo el que la trataba. ¡Qué linda y candorosa era la niña Flora! Mas ¡ay! que tenía por desgracia la candidez de la paloma sin la astucia de la serpiente, y la hermosura de una Teresa sin su virtud. Poseía un tesoro de gracias y de bellezas, y le gustaba lucirlo sin querer creer que se hallaba entre ladrones. ¡Qué simple era la niña Flora! Delante de un gran espejo, vestida con traje de bai- le, se contemplaba á sí misma con infantil complacen- cia. Hacía como por ensayo algunas de esas ridículas monaditas que en tales casos suelen hacer las. de su clase: daba un pasito adelante, un saltito hacia atrás: le- vantaba un poquito los pliegues de su túnica y corría por el salón, ora serpenteando su cola á manera de cu- lebra, ora llevándola recogida con su manita izquierda. Por fin paróse satisfecha ante el espejo, diciendo: ¡Lin- dísimo, lindísimo! Voy á tener un succés admirable! Cuando me vean entrar, me dirán como el ótro día, que no era tan hermosa aquella que servía la copa de am- brosía á los dioses del Olimpo... Qué bella! qué elegan- te! qué!... Aquí enmudeció Flora para contemplarse de nuevo, casi con aquella complacencia criminal que tro- có á Luzbel en Dragón, al ángel en demonio. Flora se ruborizó de su propio pensamiento, y su frente se enroj ció, como si la cubriera una cinta de púrpura. Se acordó en aquel momento de una sentencia que le oyó repetir á su director muchas veces, senten- cia que por fortuna no tenía olvidada todavía. Porque es de saber que Flora en su juventud tuvo por cónfesor un religioso prudente y experimentado, que adivinaba sus pensamientos y deshacía sus ilusiones, cual deshace

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