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52 LOS DOS EXTREMOS —Y quéle has pedido al Señor por mí? —Que sea V. un santo, y que no se muera, hasta e que yo sea grande como Aurora; porque si V. se mue- re... Y con la voz ahogada en la garganta se abrazó al cuello de su padre, comosi temiera perderlo. Justino | tuyo que hacer un esfuerzo para contener las lágrimas; y aparentando serenidad le dijo: —No llores, hija mía: mientras viene el carro, vamos nosotros á repetir tu oración. Y entraron en la capilla. Cuando volvieron á salir, Carmela miró á su padre: — Papá, el domingo que viene es el domingo de los vestidos blancos (Domínica in albis), y voy á comulgar la primera vez, mi primera comunión! —Bien, ¿y qué? | —Que gozaría mucho, si V. me acompañara. | —Sí, hija mía, sí; con mucho gusto: y encima te ha- ré un regalo, un libro de visitas, un vestido para la igle- sia y el juguete que tá me pidas. —Juguete no! me dará V. dinero para dar á los po- bres una limosnita. — ¡Bendita seas, ángel de mi casa! Dios te conserve esa alma tan pura, y esecorazón tan generoso. Te daré lo que tú quieras; comulgaré contigo; y los dos pedire- mos á la Vírgen, que vele por tí y sea tu madre en la tierra. Este diálogo edificante fué interrumpido por las mu- chachas, que cogieron á Carmela para subirla al carro, mientras su padre correspondía cortésmente al saludo de las más distinguidas. El fué el último que tomó asiento en el vehículo; y cuando Pablo arreó á la Pe'egri- na, sacó Justino del bolso una revista religiosa, y comen-
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