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39 DEL CRUCIFICADO Comenzamos á caminar, y á pecos pasos llegamos á un campo allombrado de romero y lirios silvestres. Ellas convinieron en hacer un ramo con aquellas flores, y entonces observé una cosa que me llamó la atención sobremanera. L Amante del Crucificado se quito « l man tón atrosamente y lo dobló en un momento: luego miró dulcemente á un heérma crucifijo, que bajo el manto llevaba, lo besó con profundo cariño, lo recostó al pie de un olmo sol ¡ manto doblado, y lo cub despué con un herm pañuelo. No he visto en mi vida una madre que mi; an dulcemente, ni bese con tanto cari ño, ni cubra con. tantá solicitud á su hi >» adormecido en la cuna, como aquella criatura miral besaba y cubría á su crucifijo. 1 ces le pregunté admiradi ) 4 Ñ Ñ Ñ a Pero, pal, ¿MEVAS LU CPUCI O liastda en li DascoJ/ 5 MEA ES a ' e ¡Abn, sti to Hevo por todas partes y lo prefiero á l J j todo: nunca me abandona él, y por eso yo nunca debo abandonarle. Habí E AE Í 1] EA : abía tanta firmeza. en aquellas palabras, y tan elo- cuente expresión en aquellas miradas, que por-oirla le dije: É S , ó —Sin embargo, 1 ¡dias haber pasado sin él ¿Cómo, or? para mí.

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