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tr DE UN MASON ES j : E 7 ; ANA HA O, nido de cinlidas palomas, adiós 101Ós, mansión: santa, morada dy dulcísimos recuerdos: ¿es posible que para nosotras estuviera guardado el ver destruido este ] santuario de lus vírgenes del Señor? ¡/ y! desventuradas de nosotras! ;¿ Jué hicim JS, Dios mio, para merecer ast el odio de la revolud w ¿Es acaso algún crimen aspirar á ida de los hombres? ¿Pues qué tempestad e: esta que viene tan á deshora á convertir en ruina las morada l quietud y ei silení y Viendo > tardaban, mandó Mascarita á la fuer ' S ; NG Irma rt 1 in ld pu ¿Tld, y 105 g01pes uc la piqueta y del 1 12 Viniuron á aumentar los gritos y el a J 5 7 llanto d> la 1Osas que se acercaban hacia ella. ¡Ya . i j 4 . 1 A qa 1 .] y ¡ienen: ¡ EY ñ irmuraron l0 cur IS di DITILAS, Y vieron a mpo que la puerta caía al suelo saca la ae Í Os. La 5 na que atil tuvo lugar era d1g 1a de poner ( erabados para vergúenza y afrenta cierna q la 1 oluc Í Dos largas filas de mujeres de todas edades, cubier tas con velos negros sobre sus hábitos pardos, cada una con una vela en la mano y un crucifijo en la otra. A] frente de ellas veía una de majestuosa estatura, con un báculo la mano, como si fuera la pastora de aquel rebaño. ¡Hijas mías, —dijo, haciendo un esfuerzo para serenarse hijas mías, vamos pronto! Tal vez estos se- nores son inozentes como nosotras, y obedecen con superiores; salgamos, hijas mías, no los m temos más. n Is pulabras se captó la Abadesa la benevo l la oyeron, y corrió por entre la j rr de aprobación. ¡Ciudadana! gritó
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