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m O 356 LOS SUEÑOS DE UN PEREGRINO ralesco, es preciso que reconozcas tu engaño y trabajes por ser lo que antes era, que así será mayor tu gloria. El pobre Cuartel; ya desengañado, y arrepentido de todo corazón de haber querido acatar los hechos consu- mados, y anhelando poseer otra vez sus antiguas gran- dezas, empezó á gimotear y decir: «Me engañaron! me engañaron! y alzando un poco la voz, continuó: ¡Pue- blo, pueblo! ¡España, España! Vuélveme mis frailes! Aquellos frailes que acompañaron á nuestros marinos, cuando marchaban á descubrir nuevos reinos á tu co- rona: aquellos frailes que, sin arma ninguna, te con- quistaron más súbditos que arenas tiene el mar; aque- Jlos frailes que hicieron conocer tu majestuosa lengua en las cinco partes del mundo; aquellos frailes que man- tienen en el pueblo la fe católica, la virtud, la probidad, as buenas costumbres y el verdadero patriotismo. Sólo así, oh España, podrás levantarte de la postración en que te hallas. Sólo así tendrás hombres que formen un pueblo, como el que arrojó á los moros de tu campiñas, Ó como el que derrotó á Napoleón, y echó por tierra sus águilas vencedoras. Alllegar aquí el Cuartel, lo aplaudícon dos palma- “das que me despertaron, bien á pesar mío; pero me volví á dormir, y volví á oir otra vez, lo que diré en el próximo artículo si Dios me da salud y tiempo para es- cribirlo.
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