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350 LOS SUEÑOS DE UN PEREGRINO red, y pidiendo al Convento que le dispensa to que con su imprudencia le había dado, cambió el to- ra el mal ra- no de voz, y empezó á decir con acento familiar: —Antiguo compañero, á pesar de cuanto me has dicho, yo sigo contento con mi suerte, porque en esta mudanza he ganado mucho á los ojos de España. Tú mismo debes conocerlo. 'A qué punto del globo no lle- varon mis soldados nuestra gloriosa bandera? ¿Qué for- taleza no se rindió al valor de mis capitanes? ¿Oué nue- Í eZ 1 vo mundo no dieron á la España mis invencibles caudi- llos? ¡Desengáñate! el soldado ha dado á la España más gloria que el fraile, y por eso yo he ganado, convirtién- dome de Convento en Cuartel: hoy valgo ya más que tú. —Mira el des le ñoso « 5m0o se expli al Bien se cono- í ce que cuando eras Convento no leiste nunca la cróni- ca de tu Orden, y que ahora que eres cuartel has leído, no la verdadera historia de España, sinó la historia in- ventada por algún liberalote: y mira tú, que historia in- ventada... Pues, si piensas que por ahí has de salir venta- ¡oso, te engañas. Mis hijos han hecho siempre por la patria tanto O más que los tuyos. —Poco á poco, que eso lo hemos de ver. — Cuando quieras. — Ahora mismo. ¿Odién echó á los moros de Espa- ña” ¿Quién?... —Los frailes! Los frailes! ¿Ignoras infeliz, que aque- lla era una guerra religiosa, y por lo mismo las Ordenes religiosas iban al frente de ella, y eran sus verdaderos promotores? Los soldados trabajaron mucho, es verdad; pero fueron, como siempre, un instrumento de guerra. La verdadera causa motriz fué la religión, y por ende,

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