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246 ¿A QUE TANTA BEATERIA? ro viven unas cuantas familias de trabajadores, y ella socorre á los pobres en tiempos calamitosos. Todas las noches del año va allí el cansado labriego 4 buscar su jornal, y lo lleva gozoso á su esposa, que con él le com- pra y arregla las viandas que al otro día ha de llevarse al campo. Excusamos advertir que el donairoso del Tío Taturra pertenece á este número. Una noche (y debía ser cerca de Pascua) se notaba en ella cierta agitación. Los jornaleros, detenidos en el despacho, esperaban impacientes la venida del amo, sin poder adivinar la causa de su tardanza. Una niña lloraba á gritos desaforados en el piso alto. Un joven bajaba las escaleras precipitadamente. —¿Qué ha pasado, Jacoho? fué la pregunta que se es- capó de todos los labios. — Que mi prima Pepita se ha caído y se ha saltado un ojo. Busquen corriendo al oculista: ¡una peseta al pri- mero que lo traiga! —Po estoy aquí de vuelta más pronto que un re- lámpago. Así dijo mi buen viejo y desapareció como por en- canto. Cinco minutos después estaba ya de vuelta con el oculista, sujeto recién llegado al pueblo y que debe- mos dar á conocer. Era un hombre entrado en años, de mucho mundo, solterón, de genio abierto, entre despreocupado y sim- pático, con ribetes de presumido, pues decía que había estudiado varias carreras en no sabemos que universi- dad, que era oculista, médico, dentista, etc. Estas jactancias, muchas veces repetidas, dieron lu- gar, á que la gente de humor le llamara cajón de sastre,

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