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234 LA VIRGEN NECIA iban desapareciendo los Angeles y las Vírgenes, como desaparecen estrellas y luceros al paso que la aurora se adelanta en el Oriente. Los dos solos llegaron al pié del santo madero, donde Jesús le dijo: Un ángel te envié para que te alentara; un médico para que te diera salud, un peregrino para que te guia- ra; sigue el camino que él te trace: en su término estaré yo esperándote con los brazos abiertos, tú serás mía y yo tuyo por toda la eternidad. ¿Deseas esta dicha? Pues, si quieres conseguirla, niégate átí misma, toma esta cruz y sígueme. El hijo de la Virgen desapareció. Ella quiso seguir- le; pero sin crtiz no podía dar un paso: fné á abrazarse con ella y sintió el contacto de puznadoras espinas: la tomó sobre sus hombros, y su peso parecióle suave: em- prendió la marcha preguntando: ¿Es ésta mi senda? ¿esta es mi senda?... y una voz le contestó afirmativamente: ¡Sí, sí! ¡la senda de la penitencia! ¡el camino de la mortificación! ¡Ay de tí si lo abandoñas! ¡Ay de tí si de- jas la cruz! ¡Ay de tí si llegas á las puertas del paraíso sin ella! Las encontrarás eternamente cerradas, y cada vez que llames, habrán de contestarte: ¿No te conozco, no te conozco! ¡Pero dichosa; si no dejas el camino ni sueltas la cruz! A su más leve contacto verás abrirse aquellas puer- tas; puertas por do entran los mortales á la región de la felicidad y descanso eterno. Esta palabra descanso eterno me fué tan grata que crel terminados los días de mi peregrinación; pero ¡ay Dios mío! Era soñar el ciego que veía...

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