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228 LA VIRGEN PRUDENTE Al terminar estas palabras se puso de pie la inocen= te joven para emprender la marcha. Yo me levanté tam- bién. Dónde fuimos y cuánto tiempo echamos, no lo recuerdo bien. Sólo tengo presente que pocos días des- pués estábamos ante un majestuoso y solitario edificio, asilo de la paz y de la inocencia. Esta es, la dije, la casa de tu Amado; ven y verás cuanto le costó el quererte. La conduje á una gótica ca- pilla, por cuyas ventanas entraban fugitivos rayos del sol poniente que venían á colorear las llagas de una de- votísima imagen del Corazón de Jesús. ¡El es! gritó des- pavorida. ¡El es! Jesús mío! ¿quién así te maltrató? ¿quién te hizo esas heridas? ¿quién te puso en tal estado?—El amor, le dije; el amor y la ingratitud: el amor que nos tiene y la ingratitud con que le pagamos.- -Pues, juro amarle siempre! Juro serle siempre fiel! repitió la ino- cente joven en un delirio de amor. Recibí su juramento, en nombre de Dios, y la dejé gozosa en aquel recinto sagrado entre vírgenes pruden- tes que estaban con sus lámparas encendidas y prepara- das para recibir al Esposo. Allí mismo escribí en un libro de memorias estas palabras: Hoy he sacado un al- ma del mundo: hoy he dejado en la soledad del San- tuario á la Virgen prudente Ahora sigamos nuestra pere- grinación, alma mía; y peregrinando sigo. PO O OD 0 00:04 As
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