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190 LA CUEVA orejas el ladrido acusador del perrito, al cual ya dió muerte su marido; y á pesar de eso, apenas se acuesta y apaga la luz, dice aterrorizada: ¿No oyes como ladra? Malsemblante en cambio despierta muchas veces des- pavorido y exclamando: ¿Lo ves? ¿Qué? Los ojos de ese gato negro, son espantosos, y no me dejan dormir. —En esta casa no podemos vivir más tíempo: ma- ñana nos mudamos. El matrimonio ocupa ya otra casa: Malsemblante no va de noche solo ni sia luz á parte alguna, porque en todo sitio oscuro ve brillar los fatídicos ojos del gato negro. Un dia aciago entró el gato negro en su nueva casa y Malsemblante cerró. la puerta de la habitación con ánimo de matarlo; disparóle un tiro de pistola que ape- nas le hirió: persiguióle palo en mano, y el animal per- seguido ahullaba de rabia, saltaba hasta agarrarse de las vigas del techo y de ellas se lanzó por fin á la cara de su rival y le arañó los ojos, dejándole ciego y producién- dole gravísimas heridas de las que murió á los pocos días, repitiendo entre dientes: El gato! el gato negro! Muerto Malsemblante, se aumentaron los temores y remordimientos de Angustias. Al acostarse de noche y reclinar su cabeza sobre la blanda almohada, sale de ella un rumor parecido al ladrido de un perro: la infeliz se estremece, se incorpora, mulle la almohada, vuelve 4 echar sobre ella la cabeza, y un sonoro «¡guau!» «¡guau!» atormenta sus oídos. Se cubre el rostro con la sábana, se tapa las orejas con ambas manos apretadamente, y á

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