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DE UN NAUEFRAGO 8 ciones que se dirigían al cielo: los religiosos estaban ya en el coro, ofreciendo al Señor las primic día. Algo debió entender nuestro hombre de ] o que oía ¡ rezar, porque bajó la cabeza sobre el pec! 10, Suspiró co- mo suspira-quien se ve libre de un peso que le agobia, y dijo, haciendo coro con los monjes: ¿A fúlgure et tem- pestate libera nos, Dómine! Levantó luego la cabeza, y to- mándo otra vez la cadena pendiente de la pared, 4 la de- recha de la puerta, 1 olvió á llamar. —¡Ave María purísima! respondió el portero por dentro, al mismo tiempo que abría el ventanillo para ver quién era. Cortado se vió mi hombre al oir aquel saludo, y con envidiable franqueza respondió: —Padre, abra usted la puerta, que le traigo una ve- la 4la Virgen del buen Viaje y una cesta de pescado 4 San Francisco. Rióse el religioso al oir respuesta tan sencilla, y abriendo la puerta recibió con gratitud el presente que se le ofrecía. —Que la enciendan, mientras oigo una misa en la iglesia; y luego que esté ardiendo hasta que se gaste; — dijo el desconocido alargando la vela. —Será usted complacido —repúsole el portero, —y espérese un poco mientras paso el recado al P. Guardián, ¿Qué quiere usted que le diga? ¡Nada! que digan pronto misa, que voy á oirla: Y sin esperar más respuesta se marchó á la iglesia. Poco después se le veía orando en el templo con fer»

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