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SAN ANTONIO DE PADUA 129 deró de su corazón la duda, reemplazando á su antigua fe; y 4la duda acompañó también aquella fría y lasti- mosa indiferencia, que es la forma de la impiedad. Su esposa, que había perseverado con su niña en to- dos los ejercicios de piedad, lloraba amargamente aque- lla apostasía, la cual sería causa de que estuviesen sepa- rados por toda la eternidad. Muchas veces había levan- tado al Cielo sus llorosos ojos, é implorando la asisten- cia y auxilio de aquélla que es consuelo de los afligidos, pero no experimentó alivio alguno; y para mayor abundamiento se declaró su marido fracmasón, aña- diendo dolores sobre dolores al corazón de “la afligida esposa. Estonces ya no sólo era un indiferente, sino verdadero y declarado impío. P y É E E e ; ek l: 8 E b > E Al considerar esto la señora, estrechaba 4 su hija contra su corazón, como si quisiese librarla de aquella desgracia, Ó quizá para consolarse, fortalecerse y pre- servarse con la inocencia de' la niña, del daño en que había incurrido el alma del padre. Mas de repente se fijaron sus ojos en una pequeña estátua de San Anto- nio de Padua, que adornaba su habitación, y luego se - apoderó de ella una nueva idea. Querida mía, decía 4 su hija, debes rogar á San Antonio para que papá encuen- tre lo que ha perdido. —¿Qué perdió, mamá? —No pienses en eso; ora mucho y no digas nada á papá. Y dicho esto se retiró. Los inocentes ojos de la niña estaban fijos en la pe- queña estátua y sus angélicos labios pronunciaban estas ] palabras: Gran Santo, haced que papá encuentre lo que e
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