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y en pago de las deudas que contigo tengan contraí- das, yo te ofrezco esta comunión, esta misa, todas mis Obras, y las lágrimas de tu Madre y la sangre que bro- tó de tu costado en el árbol de la cruz.» Al decir esto se sintió fallecer, perdió el uso de los sentidos cual si el cuerpo cayera en profundo letargo, y el alma se halló de repente trasladida á regiones in- visibles. ¿Sería sueño 6 realidad? ¿Aquella visión con- soladora sería una de las mil ¡ilusiones que se forja la humana fantasía, Ó uno de los éxtasis maravillosos en que el alma justa ve las cosas de la otra vida? No lo sé; sólo sé que es verdad lo que voy á referir. Parecióle á Aurelia que los ángeles recogían su ple- garia, y atravesando las nubes la presentaban al Eter- no. Una divina sonrisa que llenó de gozo á los serafines fué la señal de que su oración era acogida en el seno de la misericordia. La voz sonora y vibrante de un án- gel leyó en el libro de la «vida el nombre de aquellas dos almas libertadas por las oraciones de su hija, ha- Í ciendo resonar su poderoso acento bajo las bóvedas del cielo; y la Madre de la misericordia tomó á su cargo la libertad de aquellos. ESPOSOS, porque jamás consiente que ningún morador del Cielo se le adelante en conso- lar y socorrer á los mortales. Se lévanta la Y irgen de.su trono, con la venia del' Altísimo, para bajar al lugar donde se purifican las al- mas de los difuntos, y al verla pasar: se inclinan los veinticuatro Ancianos del Apocalipsis, baten sus alas los Querubines, centellean las - Potestades y saltan de placer los Angeles que ván haciendo la corte á su Reina.
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