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EL CANTOR DE LA DOLOROSA 101 En el interior del convento se percibía « l roce de los hábitos y el sordo rumor de las sandalias arrastrando por el suelo, indicio de que los hermanos se diricían al coro por 1 silenciosos y largos rredores ¡ue parecían llenos de sombras misteriosas. Al cruzar por ellos, un movi ento. involuntario de terror y espanto hacta estremecer á los 1 igiosos jóve nes, porque noches 5 habían oído los pro longados y lastimeros, (en forma de cántico sin saber- se de dónde venían. Quién decfá que los había oído en el cementerio, quién en la huerta, juién en la más apar- tada capilla de la iglesia, quién en el coro acompañado de las notas más tristes que mano diestra pudo jamás arrancar al Órgano. Reunidos los r ligiosos, el padre Guardián levanta la voz y dice: «Hermanos; pidamos á Dios humildement que se digne darnos á conocer la causa que turba la pa y el silencio de esta casa de oración y penitencia, en la que los muertos volaron al cielo y los 1 ivos trabajan por la misma dicha. Pongamos por intercesora á la Madre de los siete dolores, cuya fiesta celebramos. La oración fué fervorosa. Al terminarse, un religio- so de edad madura acercóse al P. Guardián y le habló así: «Padre nuestro, t "mgo motivos para creer que la voz misteriosa que “perturba nuestro sueño no es de ningún sér del otro mundo, sino de un religioso de la Comunidad. Un precepto de obediencia nos sacaría de duda.» El Superior vaciló un momento, y 1 «Enciendan luz y cuéntense los relis á ver si están todos.» Terminada

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