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=-98— fondo de su alma una voz clara, vigorosa y enérgica que le decía como 4 Eva en el paraíso: ¡De la fruta del árbol vedado no se puede comer sin morir! Yo no sé si esta voz era de Dios, Ó de la conciencia, 6 de un gusanillo interior que anida en el fondo del co- razón humano, y se llama remordimiento; lo que sí sé que Inés se extremeció al oirla, y estuvo para con- testarle y obedecerle; mas se volvió 4 mirar al espe- jo, se hizo la desentendida, y el ruído y confusión del q mundo apagaron y extinguieron el eco de aquella voz poderosa. La voz no dejó por eso de llamar y reprender; pero ensordecida Inés con el clamoreo y tráfago mundano dejó de oirla, y fué para ella aque- lla voz divina, la voz del que clama en el desierto, como dijo el profeta Isaías. Di A todo esto, Inés no pensaba abandonar su voca- ción religiosa, eso nó, pero ¡había tantas dificultades sde que vencer! Se necesitaba un buen dote y la licencia 1 ; , Ñ de su padre, refractario como nadie á que fuera mon- 780.1 ja; y esto por sí sólo era para ella un obstáculo insu- perable. No tengo otro remedio—decía— que resig- narme, y seguir como voy, abrazarme con mi cruz y hacer en el mundo el bien que pueda. — ¡En el mundo nól—le gritaba la voz de la con- ciencia—en el mundo nó, en tu retiro es donde has de abrazarte con la cruz y hacer el bien que puedas; pero Inés aficionada ya algún tanto á las fiestas y dis ; dl 6 ll versiones, contestaba ¡En el mundo, en el mundo! bio dl que así estará mi vocación más probada. Y la voz que (al parecer) sabía muchas sentencias de las es- crituras sagradas le respondió: El que ama el pe-

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