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de más pronto y mejor le parecía á él que perdería la vocación; hasta que un día la pobre muchacha, tí- mida y pálida se acercó á su padre y le dijo: Papá, esta vida que llevo me es insoportable; yo no quisiera darle á usted el menor disgusto, pero así no puedo vivir. Por Dios, padre mío, tenga V. com- pasión de mi pobre alma, y no me obligue á ir á fes- tines, bailes, ni reuniones, que me son más amargas que la muerte. ¡Anda, escrupulosa!l—le dijo él sonriendo: —¿No van fulanita y menganita, que son tan buenas Ó me- jores que tú? Sí, papá, pero por lo mismo que son más bue- nas podrán resistir ellas sin peligro; mas yó, ¡impo- sible! ¡yo no puedo más! —¡Pues tendrás que cumplir con los deberes que la sociedad y el nacimiento te imponen! —¿Pero qué falta hago yo en esas fiestas? ¿Qué tiene el mundo que ver conmigo? ¿Por qué me han de obligar á sentir unos remordimientos que me de- voran? —¡Calla y obedece, orgullosa! ¿Quieres tú refor- mar el mundo? Así lo has enconttado,y así lo dejarás. —¡Pues yo no quiero alternar con el mundo! — ¡Pues alternarás por fuerza! —Pues á donde quiera que vaya, llevaré el ro- Í re- sario en la mano y me meteré por los rincones zarlo, para que se burlen de mí, y no me quieran en ninguna parte. —Pues hazlo, si te atreves, y vas á saber quién es tu padre.

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