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cu Sg > Su padre, por el contrario, le rodeaba sin cesar buscandó oportunidad para hablarle del asunto; pero viendo la reserva que José guardaba y no pudiendo aguantar más, le soltó un día á quemarropa esta pre- gunta: Cómo anda el negocio? Tú la amas, y ella te quiere; pero tu timidez por un lado y sus escrúpulos por otro, os alejan mútuamente, haciéndoos creer que todo es pecado. , No es eso Agustín, respondió José con amarga tristeza, —Inés misma me ha dicho que ha consagra- do á Dios su corazón todo entero, que será religiosa, y así, que no piense más en ella. Agustín se mordió los labios de rabia, y fingien- do que aquello era una sonrisa, exclamó: ¿Inés mon- la? Vamos, no seas niño! ¿Cómo quieres que se meta monja una joven del talento y hermosura de mi Inés? Nó, hombre nó! Monjas sólo se meten las tontas, Ó las feas que no tienen quien de ellas se acuerde; ¿pero Inés? ¡Cá! ni pensarlo. Ni yo lo cóonsentiré, ni ella lo querrá ser; sitú te atraviesas por medio, Inés será tu esposa, si tú no renuncias á ella, es decir, si tú te atreves á quitarle los escrupulillos que ha sacado del colegio. Todo este razonamiento lo oyó José meditabun- do, con la cabeza igclinada y los ojos bajos, revol- viendo allá en su pensamiento lo que Inés le había dicho, y al terminar Agustín su última frase, irguió la frente, y con grande pena, pero con voz reposada, síntoma de una decisión resuelta, contestó: Sólo Dios sabe el sacrificio que me cuesta renunciar la mano de Inés; pero conozco ahora que no soy digno de poseer 19

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