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AS CAPÍTULO XI EN £L CUAL EL AUTOR CALLÓ DE INTENTO LA MATERIA DE QUE TRATA. Sentóse nuestro joven debajo de aquel árbol tes- tigo de los suspiros de Inés: estaba el pobrecillo sofo- cado y como fuera de sí, dudando si dormía 6 vela- ba, si era sueño 6 realidad lo que le estaba pasando, Si la tierra se le hubiera abierto de repente para tra- gárselo; 6 si el sol se hubiera oscurecido de improvi- so en mitad del día, dejando el mundo en tinieblas; 6 si la mariposa, tras la cual poco antes corría, se le hubiera convertido en horrible Dragon, es probable que el pobre José no hubiera quedado tan atónito, tan espantado, ni tan fuera de sí, como le dejó la re- solución de Inés. Su corazón había sufrido un desen- gaño tremendo, un desencanto cruel, y estaba asom- brado, yerto, como si en un punto hubiera perdido para siempre toda la alegría de su vida; pero jamás exhaló por ello un suspiro, ni se le escapó una queja, ni dió el más leve indicio de la amargura que tortu- raba su alma. Inés comprendió perfectamente lo que pasaba en el fondo de aquel corazón herido, se lo agradeció profundamente, y hasta quiso mitigar sus penas, evitando de allí en adelante el verse á solas con José.
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