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las cosas que más se notaban en Inés desde en- tonces. Agustín aprovechó aquella ocasión para insistir en el necio empeño de quitar la vocación á su hija; y una vez que esta le habló de lo que agrada á Dios la virtud de la limosna, le dijo él: Pues si tanto agrada á Dios que demos limosna, harás una solemne ton- tería metiéndote monja, porque entonces no podrás dar ni una estampa; mientras que, si perseveras en casa, toda ella estará: 4 tu disposición para hacer li- mosnas. Inés estaba de prisa y no quiso contestar 4 su padre por lo cual se quedó él diciendo para sí: Ya va cediendo: antes de medio año hemos ganado el pleito: ¿Cómo va á resistir ella la tentación de ser con- desa de Valdelirios? ¿Cómo podrá sufrir sin quemar- se las miradas de fuego de José? ¿Y cómo no caerá en el lazo, si le decimos que tendrá á su disposición todo un condado para hacer limosnas? ¡Imposible, im- posible! ¿Y cayó la pobre Inés en ese bien tendido lazo? Esta pregunta se te ocurrirá de nuevo, curioso lec- tor, y yo por toda contestación te digo que leas el capítulo siguiente, si quieres que tu curiosidad quede satisfecha.

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