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A 3 JARA cuénteme V. todos sus apuros y trabajos. El anciano lanzó 4 las dos jóvenes una mirada de gratitud; los chicos comenzaron á rebullirse en su rincón, al oir una voz estraña; y la buena mujer empezó á decir: $ Mi padre sigue mejor; pero ay Señorita! estoy afligi- dísima y no sé lo que me pasa. Esta mañana ha esta- do aquí el administrador de la casa, y me ha dicho que si no pagamos los dos meses que debemos, nos echarán de aquí á últimos del mes: y como no puedo dejar solo á mi padre con estos chicos para ir á la costura, no puedo ganarme una peseta como antes para pagar. Y lo que más pena me causa es que mi pobre padre y mis hijos se mueren de frío, porque he tenido que empeñar algunas piezas de ropa para no morirnos de hambre. Y al decir esto, la pobre mujer se tapó el rostro con el delantal para ocultar la pena, el rubor y las lágrimas que caían de sus ojos. Inés derramando también una lágrima, no sabe- mos si de compasión ó de júbilo santo, depositó en manos de la desconsolada viuda los diez duros en- vueltos en un papel, diciendo. Con eso hay para salir ahora de apuros: más adelante... Dios proveerá! La - gratitud arrancó de los ojos de aquella mujer más lágrimas que el rubor y la pena, y levantando los brazos exclamó: Señorita, permítame V. que le abra- ce; déjeme V. que la bese; y aquellas dos damas de la nobleza sevillana, se confundieron en estrecho y | caritativo abrazo con la humilde hija del pueblo. Entre tanto que esto pasaba, Fernandín estaba jugando con los dos chicos, diciéndoles que su her- mana traía muchas cosas. Inés los llamó y ellos aver-
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