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$ 69 tido jugando con Fernandito. Estos se entretenían miran- do las estampas de los libros; los hombres saborean- do Cada cual su largo puro habano, obsequio del Ma- Ñ gistrado; Carmen hablando con su madre y con la condesa, mientras que la hija de ésta se había apar- tado á un rincón de la sala con Inés, que estaba ha- ciendo flores para su portalito. De repente suelta el libro Fernandín, y aprove- chando un momento de silencio que reinaba en la concurrencia, miró á su padre, y como si se tratara de un negocio grave, le dirigió con una formalidad impropia de sus pocos años esta pregunta, que hizo reir á todos los que la oyeron. Papá, ¿cuántos aguinaldos me vas á dar estas pascuas? —Los que tú quieras, pichoncito,—le contestó Agustín, pasándole la mano por la cara. —Pues yo quiero un tambor gordo, muy gordo, y un caballito grande, muy grande. —Si eres bueno, ya verás cómo te lo compro. -—Y 4 mí me tiene V. que regalar el reloj de oro -saltó Carmen con mucha energía. —¡Caramba! tan- to tiempo que me lo tiene prometido y aun no me lo ha comprado. -¡Bueno! también tú tendrás reloj, —dijo el pa- dre en tono placentero; y dirigiéndose á las otras, añadió: + ¿Y las floristas no me piden nada?—Inés dió un pequeño suspiro, parecido á los que da una persona que se siente fatigada del trabajo, levantó sus hermosos ojos, y, pasando una rápida mirada por
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