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pa 67 — puerta donde esperaba la comunidad á la nueva her- mana, para despojarla del vestido seglar y. cubrirla con el traje de las esposas del Cordero. Antes de entrar, Inés y Flora se abrazaron con tiernísima efusión, vertiendo cada cual un torrente de lágrimas. Se dijeron al oído muchas cosas, pero yo no pude percibir más que estas últimas palabras: Es muy grande el empeño que hay en quitarte la vocación: constancia, Inés, constancia. Yo me aparté de allí hondamente impresionado, y nosé qué más pasó; lo que sí puedo decir es que aquella noche estuvo Inés llorándole á su padre y pidiéndole por Dios, por la Virgen y por todos los santos, que la dejara ir al convento; á todo lo cual respondía Agustín mal humorado: —Pero, mujer, no seas cansada: ¿no hemos quedado en que lo dejarías para el año que viene? Inés bajó la vista, exhaló un suspiro y se apartó de allí. Agustín que la vió ir tan placentera, guiñó el ojo y se dijo: —Vamos, ya la voy convenciendo; al fin cederá.

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