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e. 59: buenas obras, y, por decirlo de una vez, se aplicó á ser una viuda modelo. Muerto su esposo, tuvo que dedicarse á la peno- sa y complicada tarea de examinar los papeles y cuentas que él tenía; y después de haberlo dejado todo corriente, se reservó una buena suma para obras pías en sufragio del difunto, y nombró apode- rado de sus bienes al padre de Inés, hombre de toda su confianza, el cual había quedado también de al- bacea y testamentario del. conde. Con este motivo, las relaciones entre ambas familias llegaron á ser muy íntimas, tanto que á veces pasaban largas tem- poradas juntas, como si fueran una sola. Los hijos de la condesa se llamaban José y Con- cepción, pera la buena señora, que sabía sobreponer- se á los respetos humanos y á todo cuanto olía á im- piedad, tuvo la debilidad de seguir la moda impía y pagana de mudar á sus hijos el nombre cristiano, lla- mándole al uno Pepito y á la otra Conchita. ¡ Priste tributo que pagan las buenas almas á una moda mal- dita introducida en el mundo, nada meños que por Satanás y compañía! Porque has de saber, lector querido, que según afirman los libros santos, los es- píritus de las tinieblas, bien que á pesar suyo doblan la rodilla, tiemblan y se estremecen al oir pronunciar el santísimo nombre de Jesús; y lo mismo debe de- cirse, guardando, la debida proporción, cuando oyen pronunciar el dulcísimo nombre de María, de José y de aquellos santos que más los confundieron y más almas arrancaron de sus infernales garras, para en- caminarlas al cielo. Pues, aconteció que un día, can-
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