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51 nía de costumbre. Pasó contento en el campo toda la mañana, y no volvió á casa hasta la hora de comer. Durante la comida preguntó á Flora por su prima Emilia, v al oir este nomb como suele decirse. Era Emilia una joven que en sus buenos tiempos tuvo vocación religiosa, la cual abandonó por el ne cio empeño que pusieron sus padres en casarla con un comerciante de Sevilla que la había pretendido. Bien fuera porque no nació para casada, bien porque Dios quiso castigar su falta de correspondencia al llamamiento divino, el resultado fué que sufría mu- cho en su nuevo estado, que vivía con muchos dis- gustos, y que estaba pesarosa de haberse casado. Flo- ra aprovechó la ocasión, y pintó con negros colores la situación ds su prima, la vida tan triste que lleva- ba, y la desesperación que le causaba tener que vivir siempre de aquel modo; y luego torciendo la conver- sación á su objeto, declaró á sus tíos culpables de todo, los hizo responsables ante Dios de la infelici- dad de su prima, y execró la conducta de aquellos padres que imponen á sus hijos el yugo del matri- monio, especialmente si para ello les quitan la voca- ción reli iosa. ¡Pobre primital—decía— ¡cuánto la compadezco! A ella no le gustaba el novio; pero le gustaba á su padre, porque era rico, y tuvo que ce- der. Emilia no quería al comerciante; pero lo quería su madre por ella, y la obligó á casarse. Le pintaron tan dulce la vida de familia, le ponderaron tanto la felicidad que su enlace traería á la casa, que al fin cayó en el anzuelo. Pero Dios ha castigado la cruel-

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