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a dd — ¡Bien! Sabe V., Prudencia, los grandes deseos que tengo de consagrarme á Dios en la soledad del elaustro, lo mismo que mi amiga Flora; el único obs- táculo que encuentro es el consentimiento de mi papá; y como sin él no puedo hacer nada, es preciso que me ayude usted con su prudencia á conseguir el permiso d seado. — ¡Por Dios, Inés! usted, la alegría de esta casa, el consuelo de sus padres, la esperanza de su familia, ¿usted meterse monja? Perdone usted señorita; pero á eso no puedo yo ayudarla, porque sería infiel á mis amoOs. —¡Prudencia! ¡Prudencia! ¿también usted? hoy es la vez primera que la veo obrar en discrepancia con el nombre que lleva. -¿Y qué quiere usted, señorita? yo no soy para eso; guardarle á usted el secreto, eso sí; pero hablar 4 su señor padre para que la deje ir 4 un convento, eso no. ¡Bonita iba á quedar la casa! ¡Cuánto lloriqueo y cuántos días de luto! Vamos, señorita, quiero á usted demasiado para trabajar en apartarla de mi lado. ¡Válgame Dios! cuánto me cuesta ese cariño fun- dado en... Dios lo sabe. ¿Al-menos guardará usted el secreto? — Señorita, €so sí; ¡palabra! Ya ves Flora; le decía Inés á su amiga, así que despidió á la criada: ya ves, hija; el primer tiro ha sido errado. No importa, Inés; yo doblaré mis esfuerzos y haré sola lo que hariamos Prudencia y yo: no temas.
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