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30 = CAPÍTULO V EL LorETO. Siguiendo la carretera que va de Sevilla á Huel- va y dejando muy atrás el triste pueblo que sirvió de cárcel á Hernán Cortés, después de haber con- quistado grandes imperios; pasada ya la cuesta que da su nombre á Castilleja, se entra en una hermosa llanura poblada de verdes olivos y fructíferas viñas. En médio de ella, sobre elevada meseta, se levanta entre cipreses un magnífico convento, célebre por el trágico suceso de la noble dama que lo fundó, y más célebre todavía por los santos y hombres ilustres que en él moraron. Este convento es el Loreto, el cual debe su nombre á una imagen de la Virgen d+ este titulo, aparecida en aquellos contornos, después de la reconquista. Cuando la impía revolución del año treinta y cin- co, entró á mano armada en los claustros; arrojando de ellos á sus indefensos moradores, los Padres del Loreto se desparramaron por los pueblos comarca- nos, donde eran amados entrañablemente. Allí, em- pleados en las funciones del santo ministerio, ejercie- ron la cura de almas y comunicaron á sus feligreses el amor y veneración que ellos profesaban á su anti- guo monasterio. Nunca faltó en él algún padre que

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