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35 siquiera esperanzas. Si tú vieras cuántas veces me la he visto en la capilla deshecha en rimas, pálida y amortecida por tus bruscas negativas! —Mujer, ¿y qué quieres? la amo tanto que no puedo sufrir que me hable de monjío. Eso es, y por no sutrir tú un poco, haces que la pobre niña se consuma de penas, y se ponga más desmejorada cada día. Mira, ella quiere ir al Loreto para la Porciúncula y quedarse allí dos ó tres días con Flora, su amiga de colegio. Mirá que no se lo niegues, ¿Tú la acompañarás? Iremos todos á ganar el jubileo. Aquí interrumpieron su diálogo para escuchar de nuevo la voz de Jacinto que entonaba la última es- trofa del himno y espertino. Al acabarse este día, ¡Oh mi Dios! yo te bendigo, Porque tu bondad-divina Me ha librado de peligros.

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