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— 30 — la voz de Jacinto vibrante y sonora, que lanzaba al aire esta copla. Mis encantos son las flores, Mi diversión la guitarra, Y mis placeres mayores Remediar una desgracia. Una salva de aplausos estalló en la puerta del jardín, antes que Jacinto terminara la última nota. Eran los trabajadores de la quinta, que unidos á las criadas y capitaneados por Carmen venían á prender 4 la señora: costumbre sencilla y divertida que tie- nen los andaluces, cuando sus amos son buenos y les inspiran esa confianza que es hija del respeto y del cariño verdadero. Esto pasaba el veintinueve de Ma- yo, y la esposa de Agustín se llamaba Fernanda, con lo cual damos al lector la clave para descifrar el enigma de esta prisión. El grupo de aldeanos y criadas entró tumultuo- samente en el jardín, llevando á Carmen por guía. ¿Qué habrá pasado? dijo Agustín, sin caer en la cuen- ta. ¿Qué será eso? repuso doña Fernanda algo sobre- saltada. ¡Ya! ¡ya! exclamó Agustín riéndose,” y su risa llevó la calma al corazón de su esposa, que se vió como por encanto rodeada de colonos y al- deanos. ¡Dése usted presa! gritaban unos: ¡presa! contes- taban otros: y entre tanto la rodeaban de una larga faja que al efecto llevaban preparada. La pobre señora no sabía que hacerse y Agustín

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