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CAPITULO IV LA PRISIÓN: CUADRO DE COSTUMBRES ANDALUZAS Diez minutos después, se hallaba la familia de Agustín reunida en el cenador de las parras, situado en medio del jardín: allí comían en santa paz la es- quisita caza que Jacinto había cogido aquella misma mañana en el soto de arriba. Agustín llenaba las copas de un vino más oloroso que el de Montilla, y su esposa separaba de su plato el pedazo más tier- no de una liebre para Fernandito, el menor de sus hijos. Terminada la acción de gracias, cada mochuelo voló á su olivo: Inés se retiró para hacer á solas una comunión espiritual, según le prevenía el reglamento que con todo escrúpulo observaba: Carmen, la hija mayoF de casa, salió á juntarse con las criadas y las hijas de los colonos, que tramaban aquella noche una conspiración contra su ama: y Jacinto había empuñado ya su guitarra, y rasgueaba de firme sen- tado entre los rosales de la huerta. Sólo Agustín y su esposa permanecían en el cenador, porque hasta Fernandín había salido fuera, jugando con el perro. De repente paró el rasgueado de la guitarra v se oyó
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