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La pobre joven ahogaba en silencio sus penas, y esperaba confiada que, siendo su vocación obra de Dios, Dios terminaría la obra que en ella había co- menzado, y con esta esperanza empezó á vivir tran- quila en casa, amando mucho á su padre. — Y dale con el padre, ¡canario! ¿Quién era ese hombre? ¿Cómo se llamaba? —Vamos, lector discreto, ten paciencia, que de- seguida lo vas á ver. Ea De M1 l ya 3 E PSA

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