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— 214— de confesonario que tengo cada semana, y á veces cada día, he averiguado, como dos y dos son cuatro, : que gran parte de la impiedad y de la corrupción de costumbres que hoy vemos y lloramos, no tiene otra causa que la maldita lectura de novelas amatorias é impías, donde se pinta el vicio con toda su desnudez 1 asquerosa, 6 se escarnecen las cosas más santas .de nuestra adorable Religión, Ó se da por lícita la satis- j e A facción de las más viles pasiones, Ó se hace á un mis- 1 mo tiempo todo eso y mucho más. Viendo, «pues, y AA que ese torrente desmoralizador hace grandes estra- e EA] gos en el campo católico, sentí pena en mi alma, y Ea l quise poner una piedra en el gran dique que los bue- deyantando frente á ese torrente eneriibs impuras y venenosas : S e £ Tamérvosia así, es la presente en; historia. Y la llamo historia y no novela, porque los per- ja 1 sonajes que en ella figuran no son hijos de una imagi- ( nación delirante cual los de las novelas románticas, ] sino personas de carne y hueso como tú y yo,.sin ; otra mudanza que la del nombre; y además, porque EEE los hechos que refiero no son ficticios, sino reales, y algunos de ellos se han verificado en los mismos lu- J gares que nombro. Esto me obligó á seguir un rum- il bo opuesto al de los novelistas cursis y adocenados, / tomando un camino contrario al de ellos, puesto que | ] pretendo ir al polo. opuesto; y lo hice con tanto ma- | Mi A yor gusto, cuanto lo es el placer que 4 vecgs experi- Í: , mento en hacer la contra á quien se lo merece. Así l HS es que cuando comencé á escribirla me calé el capu:

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