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magnate bajó los dorados techos de su artístico pa- lacio; por eso las percibe el hombre fuera de los po- blados y las pierde de vista al entrar en ciudades po- pulosas. Así reflexionaba “OnsIgo mismo un modesto re- ligioso que acababa de desembarcar en el puerto de Barcelona y atravesaba muy temprano las solitarias calles de la ciudad condal, que s llenaban de gente cuando d Saparecia el frío de la mañana, intenso por demás en aquellos últimos días de Noviembre. Ves- tía el humilde y austero hábito de los hijos de San Francisco, ceñido á sus lomos por una blanca cuer- barba, y tan rubia que da: tenía bastante crecida la parecía de hilos de Oro. Con su aire modesto Y sus ojos bajos pasaba sin fijarse por delante de las mag villas que encierfa la capital: del principadostomó un hombre que tiene arraigado en su corazón el des” precio á todo lo terreno. . Entró en la calle de Gerona, y al llegar al punto en donde desemboca la de Caspe, quedóse parado ante una iglesia de severa y elegante arquitectura, musi- tando:— Esta debe ser. - Entró y halló expuesto, el Santísimo, y delante de El, tras la hermosa verja que Separa la clausura del resto del templo, 4 CUALCO Tr. ligiosas reparadoras, haciendo la guardia de hor o: Jesús Sacramentado. Hizo una breve pero fervorusa 5 al torno, donde lamóá la Ma- dre Superiora. Lo que habló con ella no Importa sa- Oración, y se dirigií bérlo, Cinco minutos después se abrían MÍ Duertas del recibidor, donde Csperaban de pic Y coñ ansie-

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