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— 197 pa dos por el llanto, entre otras mil cosas, le dijo á Inés: , —Ahora que estamos solas, y antes que nadie venga á turbar la paz de nuestras lágrimas, voy á darte la última prucba de mi amor, confiándote al mismo tiempo un secreto, secreto que me sostiene, me alienta y me consuela en medio de la tempestad de penas que combate mi alma; pero quiero que este scercto quede encerrado en tu pecho y sepultado contigo, pues sola á tí se refiere. * —Yo se lo prometo, madre mía, por estas lágri- mas que lloro. —Pues bien; toma esa llave, abre el último ca- jón de mi cómoda y en él hallarás una cajita de ná- car envuelta en un pañuelo de seda; cógela y trác- mela. di Inés entró en la habitación inmediata, x un mo- mento después salía, trayendo en sus manos el en- cargo de su madre. Esta tomó la hermosa caja, y sa- cando de ell una cadena de plata de la cual colgaba un preciosísimo crucifijo de oro puro, se la presentó á su hija diciendo: ——Esta es la joya de más precio que he poseído en mi vida: me la dió mi amorosa madre, en un día tan triste como éste, el día que murió y nos separa - mos para siempre; pero'al dármela me dijo: «Guarda, hija mía, con toda fidelidad este recuerdo de tu po- bre madre; y si (como he soñado) Dios te concede alguna hija destinada á reinar en el coro de las vír- genes puras, dásela 4 ella en nombre de tu madre el día que de tí se aparte, como yo te la doy en este día

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