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CAPITULO XXIHI LA DESPEDIDA. Inés se había preparado para ingresar en el novi- ciado con diez días de ejercicios espirituales, en el mismo convento de las religiosas reparatrices. El día que había de trocar el traje seglar de pecadora por la librea de las esposas de Cristo, se engalanó desde por la mañana y lució durante el día sus mejores vestidos, para hacer más brillante el triunfo de la gracia sobre la naturaleza. Aquél fué para Inés uno de los días más dichosos de su vida. Nunca despidió el sol tan luminosos rayos, nunca exhalaron las flo- res tan grato aroma, nunca las aves lanzaron alfaire tan dulces trinos, como aquel en que iban á realizar- se las esperanzas de toda su vida. Así al menos le parecía á ella. Cuando volvió de la misa mayor se fué derecha- mente al cuarto de su madre pidiéndola que le per- mitiera estar á su lado las pocas horas que le queda- daban, puesto que sería la última vez que podría manifestarle su acendrado cariño. Las cosas que allí se dijeron y las lágrimas que hija y madre derrama- ron aquella mañana, no son para contadas. Referire- mos solamente un episodio de aquella larga y tierna despedida. Doña Fernanda, con los ojos humedeci-

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