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pS 195 pe á su Salvador y Redentor. El día que tenga la dicha de ingresar en el santo noviciado, seré dichosa, y vosotras, «migas mías, me acompañaréis con júbilo, porque aquél será para mí el día de bodas, pero de bodas celestiales. Al oir esta hermosa narración de Inés hubo al- gunas que sintieron en su alma deseos de acompa- ñarla al claustro consagrándose á Dios; pero ninguna intentó ponerlo por obra. Entre tanto los días iban pasando ligeramente, y la Amante de la Virginidad iba en ellos disponiendo sus cosas para unirse cuan- to antes al coro de las vírgenes quesrodeansal Cors dero Divino. Mil veces se acordó durante aquel tiempo del sueño misterioso que decidió su suerte, y le parecía oir en lo interior de su alma la voz amo- rosa de Jesús que le repetía: «Ven, hija mía, ven, ¿á qué aguardas? Ven, que bastante te he esperado.» Y esta voz que resonaba de continuo en sus oídos, le hacía suspirar impaciente por la hora dichosa en que abandonando el mundo y dando un adiós eterno 4 cuanto en él aman y codician los mortales, se había de entregar toda entera en cuerpo y alma al servicio de Dios. Esa hora, de ella deseada y de su padre temida, llegó por fin, y fué una hora triste y dolorosa; como son todas las horas de separación y despedida

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