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An 190 mo á los ejercicios marianos, cantando con acento apa- sionado el Venid y vamos todos Con flores á porfía, Con flores á María Que Madre nuestra es. Inés asistía todas las tardes con devoción singu- lar á estos ejercicios, y á su vuelta de ellos, encon- traba llena su casa de las antiguas amigas, que for- maban el círculo de Caridad elegante. Se había corrido entre ellas la noticia de que Inés entraba pronto en el convento de las Reparatrices, y venían unas á dar- les el parabién, otras á compadecerse de ella, y las más á reñirle 6 á burlársele, porque iba á esconder en una celda los encantos y las gracias de su juven- tud envidiable. No tuvo que sufrir poco nuestra joven con aque- llas amigas que á veces reconvenían á su padre, por- que le consentía tal cosa, y á veces poniéndose del lado de Agustín, descargaban sobre Inés toda una batería de objeciones, que ella tenía que deshacer completamente para no verse perdida. En cierta oca- sión una pelirrubia, muy relamida se encaró con ella y le dijo: —Permíteme que te diga, querida Inés, que me parece una gran bobada lo que vas á hacer. —Nunca será ura bobada poner en práctica las inspiraciones del cielo. —¿Y no puedes servir á Dios en el mundo como hasta hoy, sin amargar la ancianidad de tus padres?

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