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— 187 — de V. como aceptó el del justo Abraham, cuando fué 4 sacrificarle su hijo. Pero le suplico que no pier- da el mérito de su acción tan heróica, arrepintiéndo- se otra vez de la licencia que ahora me concede de- lante de mamá. NÓ, no te la negaré más; pero déjame que llore y me abandone á mi dolor, como si fuera un niño, Tú no sabes lo que un padre siente la separación de un hijo; es como arrancarle un pedazo de su corazón. —Sí, papá, lo comprendo, y por eso no sé cómo expresarle mi gratitud y los sentimientos de mi co- razón. Dios premiará á V. y le dará en mi ausencia los. consuelos que yo no pi dré darle. Y tal vez este doloroso sacrificio sea el lazo de unión que nos junte para siempre en el cielo, después de una corta sepa- ración en este valle de lágrimas. Agustín no supo qué contestar, El dolor anegaba su alma y le hacía estar meditabundo: su esposa se limpiaba los ojos con un blanco pañuelo, y su hija, la respiración en su pecho oprimido, pa- deteniendo recía contemplar desconsolada la pena de sus pa- dres. Aquella muda escena hubiera durado largo rato, si Prudencia no hubiera llegado á la puerta, di- ciendo: Señora, el almuerzo á punto; y ni don Agustín ni la señorita Inés parecen per ninguna parte. -Detente un poco, Prudencia, que yo sé dónde están: pronto iremos todos. Los tres procuraron serenarse y disimular delan- te de la familia la turbación que les.causó la anterior escena. Durante el almuerzo se pronunciaron frases Í
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