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Dios por un sueño misterioso que tuve; después le he rogado mil veces que te escogiera para sí, y me disgustaba con tu padre cuando se oponía á ello; pez ro, á pesar de eso, siento herido mi corazón de ma- dre con la declaración que me acabas de hacer: ¡Dios mío! ¡Yo sin mi Inés! ¡Yo sin mi Inés! Viendo ésta que su madre estaba 4 punto de romper el llanto, le dijo sonriendo: — Pero, mamá, consuélese usted; ¿qué dicha más grande para una madre que tener una hija esposa de Jesucristo? ¿Qué gloria mayor que verun día á su hija en el coro de las vírgenes puras, reinando con Dios para siempre? -—Eso es lo que me consuela, hija mía; el pensar que serás una santa; el considerar que en tí ofrezco 4 Dios una lámpara viva, que arderá continuamente con' la llama del amor divino ante su sagrado taber- náculo. Si no fuera por eso, ¿cómo es posible que yo te diera licencia para encerrarte en un convento, dejándome á mí sumergida en un mar de amar- gura? —De modo que me da usted su consentimiento, y ofrece desde ahora el sacrificio, ¿no es esto? —-S1, hija mía, sí; aunque sólo Dios sabe «cuánto me cuesta; pero te lo doy con la expresa condición de que has de ser una santa y has de rogar mucho por tu madre. —¡Ay, mamá, la hija más ingrata del mundo se- ría yo, si no lo hiciera así! Desde ahora le prometo á V. elevar todos los días al cielo fervorosas oraciones, para que de allí desciendan bendiciones de dulzura

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