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Los ángeles fabricaron en el corazón de Inés un nido de amores, de amores divinos; y ella moraba en su nido, abstraída por completo de las cosas de la tierra. Muchas noches tenía la joven Inés sueños de glo- ria, y en sueños la visitaba un sér divino envuelto bajo un velo transparente y misterioso. Una noche la dijo: «Hija mía, dame tu corazón, porque para mí lo he criado; si me lo entregas serás dichosa con dicha incomparable, sin que nadie pue- da menoscabarla, ni apartarte de mi lado, porque donde tú estés, estará siempre el Amado de tu alma. ¿Díme, Inés, quieres ser esposa mía? El júbilo inundó el alma de Inés, como inunda los campos el torrente desbordado que se desprende de los montes, y quiso contestar con los labios, pero como estaba dormida no pudo hacerlo. En cambio un suspiro amoroso salido del fondo de su alma, dió al misterioso personaje respuesta afirmativa; y éste desapareció diciéndole como el ángel del Apocalipsis: «Séme fiel hasta la muerte, y te daré la corona de la vida.> Desde entonces comenzó Inés á sentir hastío de las cosas de la tierra, y descos inefables de las cosas del cielo: los sentimientos de su alma eran tiernos, como el tallo de las plantas, y puros, como las gotas del rocío que cuelgan de las flores. Nunca recordaba aquel sueño venturoso, sin que acudieran á su mente la celda solitaria, el retiro del convento, y otras mil imágenes seductoras que veía oscilar su fantasía bajo las bóvedas del claustro, Este
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