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CAPITULO XX QUEJAS Y PRUEBAS Con la entrada de la Primavera y la convalecen- cia de doña Fernanda había vuelto á la casa de Agus- tín la animación y la ordinaria alegría. Sucedíanse con frecuencia las tertulias edificantes y las visitas de cortesía, en las que todo eran plácemes, enhora- buenas, parabienes, sonrisas y demostraciones de jú- bilo. Inés era la única que no participaba de aquel regocijo universal, porque sentía su corazón cubierto con el sombrío manto de la tristeza. Nadie sabía á punto fijo lo que tenía, péro todos adivinaban que la pena consumía su corazón, y que ella devoraba su pena en el silencio, sin dar á nadie parte. Hubo quien atribuyó aquello á la enfermedad de su madre, quien pensó que era efecto de la ausencia del Conde y quien le preguntó por la causa de su pena; pero Inés se había encerrado en el silencio, y 4 nadie des- cubrió el motivo de sus pesares. Agustín sabía perfectamente que su injusta nega- tiva era la única causa de las amarguras de Inés, y haciéndose el desentendido, una noche la llamó para que cantara en una tertulia de familia que se había reunido.—Vamos, Inés, —le dijo—con esa cara tan triste y ese aislamiento en que te has encerrado, pa- 2

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