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— 164 — Con tal ansia al alma deja, Que gime, llora y se queja Porque de amores no muere. Amarte, pues, sin cesar Será mi dulce vivir, Y amargo más que el morir Dejarte un punto de amar. Y así, mi alma, á Tí unida, Vivirá cuanto vivieres, Pues alma del alma eres Y eres vida de mi vida. Inés calló: y cruzando las manos sobre el pecho para detener las palpitaciones y los saltos que el co- razón le daba, hizo enmudecer el piano. Largo rato hubiera permanecido de aquel modo, si no la hubieran sacado de su embeleso los aplausos de la familia que en el jardín paseaba, y de las criadas que subían co- rriendo las escaleras. El viento les había llevado la voz de Inés, y acudieron en tropel hacia ella, para es- cuchar aquel himno que parecía uno de los cánticos inimitables que compuso en sus mejores días Santa Teresa de Jesús, la inspirada poetisa del Carmelo; pero Inés, cogiendo apresurada la "imagen á quien dedicaba sus amorosas endechas, encerróse en su cuarto para evitar las alabanzas, siempre peligrosas para una doncella. Desde entonces Inés volvió á importunar de ñue- vo á su padre para que la dejara entrar en un con- vento. Conociendo ella que la oposición de su papá era motivada más que por otra cosa por la esperanza

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