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ia —- 161 — CAPITULO XIX OCUPACIONES DE LOS DOS. Los días de José deslizábanse-tranquilos y alegres en la soledad de su convento, desde el cual se divisa- ban á lo lejos enormes cordilleras, ramificaciones de los Pirineos, cuyas elevadas cumbres, cubiertas de nieves perpétuas semejan caprichosas pirámides y re- lucientes obeliscos. Aquellos gigantescos promonto- rios y escarpados riscos llevan todavía después de tantos siglos el sublime distintivo de la creación, y engañando la vista con sus fantásticas formas de pis lastras, columnas y pórticos, se presentan á los ojos como palacios del tiempo, ó templos de la naturaleza, Todos los días, cuando el sol naciente: hería con sus rayos las nevadas cimas de los montes, José con- templaba con placer desde la ventana de su celda aquel bello panorama, y sumergido en religiosas me- ditaciones, recitaba esta plegaria: «¡Señor de los mundos, rey de las edades, amigo presente y juez futuro! Tú, cuyo poder mi corazón invoca, tú que hias arreglado el curso de los astros y la sucesión de los tiempos, no permitas que se me es- cape con la juventud de mi vida la inocencia de mi alma. ó »Resplandeciente aurora, albor delicióso de la 2

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