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CAPÍTULO Il QUIEN ERA ELLA. Ella era hermosa como la sonrisa de un Angel, bella y encantadora como las alboradas de Mayo. Tenía por nombre Inés, palabra que en su original latino significa ovejita. . Predestinada esta ovejita de Dios para reinar entre las vírgenes sin mancha, supo conquistarse aquella inmortal corona con su santa vida, vida tan angelical como llena de misterios. Según los datos, que yo tengo recogidos para es- cribirla, antes que Inés hubiera visto por vez prime- ra la dulce luz de los cielos, un día oyó su Madre en el fondo de su alma estas palabras misteriosas: «Con- ságrame ese fruto de tus castos amores, porque para mí la quiero.» La afortunada madre no dudó que aquellas pala- bras expresaban un deseo del Corazón divino de Jesús, y le consagró la hija de sus entrañas, apenas vino al mundo. La niña crecía al lado de su buena madre como flor en templado invernadero, como arbusto planta- do en las márgenes de un río: sus pensamientos eran flores de virtud, y sus obras frutos de santidad,
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