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o contándole lo que pasaba. Miraba con ansia y con sobresalto 4 Inés, y le repitió cien veces: —Pero, hija, ¿no me dices nada? —Señora, si nome ha escrito, ¿qué quiere usted que yo le diga?—respondióle ella con tanto sénti- miento que obligaba á la condesa á creer que no sabía el paradero de José. Pasó un día y otro, una semana y otra, y la ma- dre se volvía loca, y Concepción lloraba, y Agustín con su familia se llenaba de congoja por la pérdida del conde, pues en realidad lo creían perdido. Cuan- do la condesa, ya casi desesperada, se proponía dar parte á la policía española y francesa, prometiendo una crecida suma al que le descubriera el paradero de su hijo; y el mismo día que iba á tomar el tren para recorrer el Norte de España en busca de José, recibió carta de éste; pero carta que le quitó toda esperanza de poderlo hallar. Como estas cartas son datos fehacientes para la historia, la vamos á poner aquí tal cual salió de la pluma del condesito de Val- delirios. Decía así: «Mi adorada Madre: queridísima é inolvidable hermana: obedeciendo á la voz de Dios me he se- pultado para siempre en el retiro de un claustro, donde espero vivir desconocido, como peregrino y extranjero en esta tierra de llanto. Inútil es que bus- quéis mi paradero, pues ciertamente no daréis con él; y para quitaros toda esperanza de poderme ha- llar, os hago saber que esta carta escrita en el inte- rior de Francia, será echada al correo en Barcelona,
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