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oc y 150 — Cuando salía de la oración se le veía pálida y ren- dida, como si hubiera trabajado más de lo que sus fuerzas le permitían; pero su corazón estaba lléno de gozo espiritual, y tan lleno, que para darlo á cono- cer empleaba la frase que dijo en cierta ocasión el Serafín de Asís: «¡He hallado un tesoro! ¡He hallado un tesoro!» Esta era la respuesta que daba, cada vez que la Madre Consolación le preguntaba cómo le iba en los santos ejercicios. Llegó el último día de ellos y nuestra joven, mudada toda y transformada interior- mente, volvió á su casa, donde pasaron cosas gordas y muy raras, tan gordas y raras, que nos van á dar materia para el cápítulo siguiente.

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