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— 145 — le contestó Inés muy conmovida— — ¡Adiós! ¡Adiós, y hasta el cielo! —i¡N6, hasta el cielo no! Tengo un vago presen- timiento de que hemos de vernos, antes .de juntarnos para siempre en la patria bienaventurada. José se colocó de un salto en el estribo de un co- che de primera que ocupaban ya doña Fernanda, la condesa y otras personas de la familia. Todos se baja- ron apresuradamente, porque el tren se disponía á marchar, y sólo quedaron en el departamento Nicé- foro y su amo. Por fin arrancó Ja máquina, y José desde la ventanilla agitaba la mano en señal de des- pedida, correspondiendo al saludo que le hacían los que en el andén quedaban, y así permanecieron unos y otros hasta que el tren desapareció internándose por la curva que forma la línea, para salir frente 4 la Macarena. Dejemos á nuestro joven caminando hacia Panti- cosa, y volvamos á las dos familias que fueron á des- pedirlo. Ambas quisieron retirarse 4 sus casas, pero Inés se opusolidiciendo: Déjennos ustedes uno de los coches y Concepción, Prudencia y yo iremos á dar un paseo por la orilla del río, para disipar la tristeza. Convino Agustín en ello, y las dos amigas acom- pañadas de la Sra. Prudencia, partieron en su coche; pasaron por delante del puente de Triana, dejaron atrás la Torre del Oro, llegaron al palacio de San Telmo y se internaron por los paseos de las Deli- cias. Inés hacía ya algunos días que sentía en su pe- cho una tristeza santa, hija de las voluntarias priva- ciones que se había impuesto 4 sí misma, durante la 19 A

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