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20 — los días de su infancia y en su vida de colegio; se acordó de las dulces horas que pasaba entonces en oración delante del Sagrario, y con este pensamien- to se durmió. Estando ya la noche muy adelantada, parecióle en sueño que veía una magnífica Iglesia gótica, alumbrada solamente por dos grandes lámpa- ras, cuyos pálidos reflejos pintaban en lo alto de la bóveda imágenes y sombras tremulentas. El silencio y el pavor reinaba en sus anchurosas naves, y alre=* dedor del Sagrario, formando semicírculos concén- tricos, había un coro de serafines, adorando extáti- cos al Dios del amor. Jesucristo aparecía en la Sagra- da forma lleno de majestad y rodeado de vírgenes puras, cual lo vió San Juan en su Apocalipsis. Con ellas conversaba familiarmente, quejándose con gran- dísima amargura y profundo sentimiento de las in- gratitudes de Inés, la cual percibía en sus oídos la voz del Salvador triste y amorosa, como si fuera un suspiro de la brisa que se pierde entre las flores. «Yo la elegí para mí, decía suspirando; yo la elegí paras»mí y la desposé conmigo, prometiéndole días de ventura y hermosísimos amores: yo la llevé al retiro de mis jardines para que, arrullada por la brisa y acariciada por las flores, sólo pensara en amarme. ¡Cuántas horas de goces celestiales, cuántos días de placer divino le hizo experimentar mi cora- ZÓn tierno, al suyo ingrato! Ella era mi amada, mi electa, y es hoy... ¡ay! cómo está la que dijo 4 mi co- razón: ¡te amaré eternamente! Ella vivió para mí, yo para ella; y rebosando de júbilo vimos pasar los días llenos de amor y ventura; mas ahora... mi corazón

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